En el mes de junio recibimos un correo de Miguel Rodellar Aguilera, reportero gráfico en Ucrania, proponiéndonos la publicación de un libro de fotos y textos sobre la guerra. Por supuesto dijimos que sí. El libro tiene que salir después de verano porque Miguel está ahora mismo en la guerra, cubriendo un conflicto que es el resultado de la invasión de un país que no ha respetado los deseos de los ciudadanos de otro.
No queremos olvidar qué pasa allí, ni queremos que Miguel sienta que está solo, así que le propusimos publicar un cuaderno sobre la guerra que él había estado escribiendo para que sepamos que lo que ocurre es real, que hay gente que se juega la vida para que no olvidemos, para que valoremos todo cuanto tenemos.
Hoy comenzamos este Cuaderno de Ucrania. Hoy comenzamos a estar junto a Miguel para que sepa que, desde aquí, somos muchos los que creemos que su trabajo es, no solo admirable, sino valiente y necesario.
1. Los primeros días de la no Navidad (21-12-2002)
Me desperté aquel día con el aroma de los últimos días de diciembre. Esos en los que las prisas se solapan con la ilusión de muchos por unas navidades a la vuelta de la esquina, como si todo vibrara…aunque en mi caso eran las meras oscilaciones de mi teléfono móvil frotando la mesilla de noche, muy lejos de casa.
Era Constanza, la compañía más cercana de la que iba a disfrutar en aquella Navidad inusitada, aunque disfrutar resultase algo distópico cuando la guerra, de pronto, ha llamado a la puerta. Sí, Constanza iba a ser mi compañera de guerra, y ante nosotros, dos meses de trabajo llenos de pura incertidumbre, pero también de multitud de contactos y de buenas impresiones.
Constanza me dio los buenos días aquella mañana con noticias alentadoras con nombre propio: Alexei Gudalov Oleskii, la persona que iba a encargarse de guiar nuestro camino en Ucrania como conductor, pero también como “fixer”, es decir, como nuestro intérprete y acompañante en la zona. Gracias a Alexei y a su excelente nivel de español (que huelga decir que casi era mejor que el mío), nuestro trabajo sobre el terreno iba a ser posible, pero también mucho más amable. Y es que aquel hombre rudo, cuya primera impresión me dejó un gran sabor de boca, no reparaba en atenciones hacia nosotros, lo que hizo que me sintiese muy seguro y agradecido.
Tocaba pasar a la acción y trabajar con un parte de guerra sencillo desde la Plaza de la Independencia, o Plaza Maidán de la capital de Kiev, dónde para muchos todo empezó.
Tras aquel primer parte, e invadido por el cansancio y la emoción del trabajo bien hecho, llegué a mi habitación y todo se fue a negro. De nuevo la soledad y una extraña sensación de asfixia y de que el mundo iba a hundirse bajo mis pies. Y mientras yo estaba a punto de ahogarme en un mar de tristeza, que me mantuvo en vilo hasta las 4 de la mañana, ahí estaba Ane, llenando de esperanza y paz todo mi pensamiento y abrazándome para al fin poder dormir un poco.
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